CASO NISMAN: SECRETOS INCONFESABLES I
Servicios de inteligencia nacionales y extranjeros estuvieron avisados de los atentados a la Embajada de Israel (1992) y la AMIA (1994). Unos participaron y organizaron anticipadamente el encubrimiento y otros callaron.
Se inició así una Historia Oficial que implotó hace una década cuando tras el juicio oral más largo de la historia, los jueces fallaron que se trató de «un armado al servicio de políticos inescrupulosos».
En ese momento se inició una segunda fase del encubrimiento, una maniobra gatopardista para salvar lo esencial de aquel derrumbe: la supuesta existencia de una Trafic-bomba conducida por un kamikaze libanés teledirigido por protervos ayatolás persas. Su rostro fue el del fiscal Alberto Nisman, títere de «Jaime» Stiuso, «hombre fuerte» de la SIDE y un franquiciado de la CIA y el Mossad con patente de corso para todo tipo de operaciones.
Juan Salinas estuvo contratado durante tres años por la propia AMIA para investigar el atentado. Los bombazos y el encubrimiento de los asesinos lo obsesionaron