HABLA CLARA
Se explora en esta novela el secreto criminal del habla. Hubo un crimen, pero lo ocurrido se desvanece en voces que poseen una pequeña nota de horror. Nota pequeña, porque se halla oculta pero viva en todo lo que se habla. En realidad se demuestra que hablar es exponer un terror de fondo que nunca se exhibe. Ese, creo, es el tamaño de este desafío y de esta primicia literaria. María Pia López ofrece ignotos cuadernos que atrapan variadas voces. La voz del aprendizaje, de secreta hilaridad mística y divinos errores lexicales. La voz oficial, que a la vez tiene la variedad de lo popular, con su astucia vecinal sofocada de intrigas involuntarias. Y la variedad profesional revestida de jergas pretendidamente cultivadas. Esta novela de María Pia López descubre esta trama de acentos y parloteos con un precioso trabajo de puntilla y encaje de la lengua. La trama de voces delata vestigios ingeniosos de una fábula infantil, subsuelos de iniciación en videncias y esoterismos, con el añadido del maravilloso idioma del subterfugio, que no es sino la intimidad que goza de su farfullar sonámbulo. Hablar es tener conciencia de esquive y coartada. La novelista sorprende estos requisitos forjados con pavorosa ingenuidad. Recrea entonces un sorprendente lenguaje que supura con constancia beata, sin abandonar su horror sutil. Un soliloquio quebradizo y espeso recorre todos los planos de ingenuidad, misticismo y sospecha. Lo que se habla no representa a un yo que profiere palabras, sino a un estadio interno del lenguaje que tiene un punto mágico que revela que en él, está todo por hacerse. María Pia López capta ese punto tremendo, casi indiscernible, sobre los saberes de predestinación que buscan su expiación ingenua o su tragedia real. Ese punto está tratado como menuda historia parroquial de atrocidad escondida. Una historia cuyo epicentro cósmico es un alma aniñada y el cuarto de una pensión. Sus voces parecen lejanas, sobreviviendo en grabadores. Semejan salir de climas judiciales. Pero están allí, con la frescura mítica y retorcida de una intimidad graciosamente enajenada.
Horacio González