NOVENTA Y NUEVE NATURALEZAS
Pero quisiera que las manchas / fueran tan sólo manchas, dice Santiago Loza en uno
de sus poemas. Y aunque esté hablando de acuarelas podríamos rastrear esa premisa a lo
largo de todo este libro: el tironeo entre desdibujar y bocetar un sentido. Mis colores
densos / se disuelven / con el pigmento en el agua, y un rato después: al final se trata
de lograr / una imagen que importe. Con tres o cuatro líneas tentativas Loza propone
un conjunto completo. Con tres o cuatro imágenes precisas dibuja un núcleo emocional
(y existencial). Hay un taller de pintura donde las tardes pasan, hay pedacitos de mundo
como naturalezas muertas, finalmente hay paseos a la plaza, un viaje a Cuzco, unas
horas en el hospital, la vuelta a casa en subte. La primera persona aparece intermitente,
cambia de aspecto, de signo, se va. A veces el manchón central es el paisaje, y el paisaje
es una tapa de desodorante, unas hormigas, lluvia, el cielo, los edificios, todo eso. Un
ritmo lánguido pero decidido va sumando elementos y hasta despliega tramas en vaivén:
microargumentos que como en Brainard, como en Schuyler hospedan, sin embargo,
la vida entera. Laura Wittner