FANTASTICLAND
¿Cuántas veces puede intentarse algo por última vez? Muchas, todas. La madre de Fantasticland es una potencia insistente. No para. Ni siquiera cuando no puede seguir. La nave de la voluntad ya se ha puesto en marcha, y en la cabina de mandos reina el desconcierto. ¿Qué quiere? A simple vista, quiere una hija en medio del amor, digamos un fruto. Pero no se desea sobre un lecho de tréboles. La amenaza bíblica asociada a la obstetricia tiene una variante precoz: se embarazará con dolor. Un dolor completo, de tormentas biológicas y mentales que se despliega antes de los hechos como un pacto con el diablo invertido. Primero hay que pagar, después vemos.
La primera novela de Ana Wajszczuk no se rebaja nunca a la vergüenza antiliteraria de la contención. No hay temor de sentir ni de decir. Con sus resonancias a parque de entretenimientos terrorífico, Fantasticland es el nombre de un universo hecho a mano por la fuerza y la belleza injustamente no reconocidas de la obsesión, sin la cual este mundo no sería nada.
Juan José Becerra