HAY GENTE QUE NO SABE LO QUE HACE
En los nuevos cuentos de Alejandra Zina (Buenos Aires, 1973) ocurre algo similar a lo que pasaba con Barajas, novela de chick lit que escribió por encargo para un sello confiado en el crecimiento de un género pasajero. Los personajes y narradores de los siete relatos de Hay gente que no sabe lo que hace entrenan a los lectores en un ejercicio de humorismo y decepción. El humor, como se sabe, suaviza la decepción: con sátiras e ironías el drama ya no parece tan grave. Una situación compensa a la otra, una pérdida se atenúa con descubrimientos trascendentes o triviales, un recuerdo penoso se salva con la gracia del estilo. En ?Falsa promesa?, el magnífico primer cuento, la vejez quisquillosa de una madre se suaviza con un cambio de peinado: ?Te conviene este castaño, dijo, pero mamá acariciaba el mechón rubio. Rosa insistió, un tono oscuro tapa mejor. Mamá contestó con un bueno casi inaudible, así es ella: o se amotina o se entrega sumisa