LO QUE LA PRACTICA DEL PSICOANALISIS NOS ENSENA
El psicoanálisis no es tan sólo una práctica del significante. Aún menos para la enseñanza lacaniana. El objeto ?al que se nombra con una letra, a? pone límite a la serie interminable y ancla en el fantasma, el deseo.
Así comienzan estas letras, que fueron primero, palabras dirigidas a un público ávido de las claves que abrieran el gongorino discurso del maestro.
En estilo llano que no se iguala a lo sencillo ?como dijera Borges, sería nada?, ofrece en fórmula simple el resultado de un arduo recorrido por textos, enseñanzas y una práctica de años en la escucha y la conducción de la cura. A lo simple lo subtiende una lógica y es ella la que hace grata esta propuesta. Apertura del pensamiento que invita: el analista es aquel que sostiene su práctica y de ella hace su reflexión.
Que no desdeña tiempos y articulaciones que enriquecen el sendero: de la metáfora paterna al Sinthome, que muestra su contingente fracaso y su posible remedio; de las lecturas retroactivas de los grandes historiales freudianos, a ejemplos actuales de su experiencia, el autor muestra en acto una posición: ?no hay progreso? como afirmara Lacan, no siempre lo mejor sigue a lo anterior, no hay ganancia que no implique una pérdida.
En tiempos de rechazo del Inconciente ?una vez más?, ahora desde el corazón del psicoanálisis, en quienes antes centraban todo en el fantasma y hoy lo excluyen por ?una clínica sin fantasma?, estas páginas rescatan y relanzan los valiosos aportes de una disciplina que, más allá de los fenómenos de masa, de sujeción al líder de turno y a su efecto sugestivo, ofrece el testimonio de una experiencia que en más de cien años ha sabido responder a sus inevitables rechazos: con la verdad nadie quiere esponsales, aún menos cuando dice de los encuentros y desencuentros con lo Real.
Como lo dijera en la Introducción de este libro, José Zuberman nos acerca, con palabras amigables, a las preguntas que promueven sus letras para las aceptadas lecturas diferentes.
Un buen augurio para el lector.
Del Prólogo de Isidoro Vegh.